Lo personal es político
- Valeria Tannos
- 7 abr
- 4 Min. de lectura
Entre las décadas de los años 60s y 70s se acuñó una frase que seguramente has escuchado o visto antes en una pancarta durante las marchas feministas, o en general, en redes sociales: “lo personal es político”. Debo admitir que la primera vez que leí esta frase no entendía del todo a qué se refería, así que me gustaría indagar en ello.
Pero ¿de qué se habla cuando se dice que lo personal es político? A muy grandes rasgos lo que esta frase implica es que las desigualdades y las violencias no ocurren solo en el espacio público, sino que también ocurren en la intimidad de la vida de las mujeres: la cocina, la cama o el cuarto de los niños.
Desde que somos niñas (y niños) se nos va enseñando, en ocasiones sin que siquiera los padres se percaten de ello, que hay espacios considerados “naturales” para las mujeres. Esto implicaría que existen lugares vedados para personas del otro género. Se dice que la familia es el primer núcleo político en el que vivimos y, si esto es así, la casa sería el primer campo de batalla en el que aprendemos –sin saberlo– a luchar o ceder.
Hoy resulta más que obvio que una mujer puede estar y pertenecer a una universidad tanto como un hombre a una cocina, sin embargo, como dice aquella frase: “el diablo está en los detalles”. El problema, como en todo, no son las cosas evidentes por su magnitud, sino las pequeñas jerarquías que pasan desapercibidas en los hogares.
¿Quién cocina? ¿Quién lava? ¿Quién sirve? ¿Quién decide la decoración? ¿Quién tiene derecho a gritar y quien tiene la obligación de callar? Y sobre todo ¿Por qué? Es lógico, pero no está de más decirlo: el feminismo no busca que las mujeres salgan de la cocina y que los hombres entren ahí, sino que las mujeres tengan el derecho a elegir si quieren estar en la cocina o si por el contrario prefieren estar en otro espacio. Es el derecho a decidir también esas cosas.
Porque todavía mucha gente ve como “natural” que sea la mujer quien cuide, limpie, ordene, alimente, consuele o acompañe. Es decir que se le ve como una función propia de su género y no como un trabajo que podría realizar cualquier persona, independientemente de ser hombre o mujer.
Eso es lo que para mí significa la frase: “lo personal es político”. Es una frase que denuncia y busca resignificar esos espacios que tradicionalmente han sido ocupados por las mujeres para hacer entender que no son cosas “solo de mujeres” sino que lo son así como consecuencia de una estructura de poder que se ha venido replicando a lo largo de la historia.
En su momento platiqué esto con mi pareja y le expliqué que en ocasiones no se trata solo de hacer las cosas, sino de recordar las cosas que hay que hacer, como comprar papel de baño, pensar en qué se va a comer o en el caso de mujeres que son madres, en una infinidad de cosas más que no puedo ni imaginar. Pareciera que los hombres asumieran que la lista de pendientes viviera en nuestras cabezas, como si formara parte de nuestro ADN.
Esto, por supuesto, no solo son pequeñas inconveniencias, pues cuando vemos este tipo de espacios y actividades como algo “natural” o “instintivo” en la mujer, se asume que no tiene mérito, reconocimiento social o valor económico. Tan es así que todavía es normal escuchar a personas decir que alguien “no tiene un trabajo” cuando se dedica al cuidado del hogar, lo cual es una actividad tan valiosa como otras tantas.
Existe en la historia y la literatura una infinidad de mujeres reconocidas por no solo habitar sus casas sino también convertirlas en trincheras de creación y subversión, como Virginia Woolf o Mary Shelley, pero en este tema en particular me parece más valioso e importante fijarnos en los pequeños gestos que se dan en nuestras casas. Casas donde no solo se sobrevivía, sino que se vivía.
A lo mejor en esos silencios cotidianos, en esas rutinas aparentemente tan inocentes, se juega también la posibilidad del cambio. Lo personal es político porque en lo más íntimo también se construyen (o se destruyen) los sistemas de poder. Podría ser que además de denunciar las desigualdades que existen entre hombres y mujeres que valdría la pena ver con otros ojos los rincones de nuestra casa.
Tal vez lo más político que podemos hacer en el día a día no solo sea salir a marchas (que no deja de ser importante) sino preguntarnos por qué la lista de pendientes siempre cae en las mismas manos, o por qué decimos, como he dicho antes en otros artículos que el hombre “ayuda en la casa” como si fuera solo un asistente de la “natural” encargada de la casa.
Por eso, querido lector, te invito a que reflexiones sobre las actividades diarias de tu hogar, y preguntarte si es que tú ves ciertas cosas como “naturales” cuando en realidad no lo son, porque podría ser que no necesitemos salir de casa para cambiar la forma en que vemos el mundo. Quizá bastaría con mirar quién lava los platos.

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