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Foto del escritorValeria Tannos

Síndrome de la impostora

Hace unos días tuve una conversación con un hombre respecto a cómo se sentía él con su vida y cómo me sentía yo con la mía. Tras una larga charla llegamos a la conclusión de que los roles de género, los estereotipos y los estándares culturales, nos han puesto una brecha de la que a simple vista podríamos no darnos cuenta de su existencia, pero está presente en cada momento de nuestras vidas.

 

En esa charla cordial él me comentaba que se sentía pleno con su vida, con su trabajo y con todo por lo que tanto había trabajado, yo por mi parte le dije que me sentía casi igual, pero que a lo largo de los años había algo en mí que me decía que no era suficiente cada paso que he dado a lo largo de mis años como profesionista o, simplemente, como persona. Siempre ha habido algo que ha puesto en mis labios el “casi”

 

Más adelante y tocando el tema con mujeres, resulta que todas llegamos a esa conclusión; todo marcha bien, parece que vamos avanzando y que estamos trabajando por alcanzar lo que cada una de nosotras quiere, pero ese sentimiento de “perfección” difícilmente lo hemos llegado a sentir. Entonces decidí ponerme a investigar y releer uno de mis libros que habla del tema.

 

En el libro “El síndrome de la impostora” de Élisabeth Cadoche y Anne de Montarlot mencionan que dicho síndrome “es una variante delicada y perversa que se puede describir de la siguiente forma: cuanto más éxito tiene la persona, más duda de lo que ha conseguido.” Allí ellas explican que eso es una consecuencia de la poca confianza que tenemos en nosotras mismas y que afecta más a las mujeres que a los hombres.

 

Para las autoras del libro, este síndrome afecta a tres de cada cuatro mujeres, lo que significa que el 75% de las mujeres lo han experimentado. El porcentaje en los hombres es mucho menor. Ahora que entiendo que se trata de la falta de confianza en una misma y que nos afecta más a nosotras, me gustaría explicar el por qué es así y por qué nosotras estamos constantemente pensando que no merecemos aquello bueno que tenemos.

 

Históricamente las mujeres hemos sido educadas y criadas bajo el dominio masculino; se nos ha enseñado bajo la mirada de la fragilidad. Hemos estado confinadas a ser cuidadoras y a permanecer en casa para criar a nuestros hijos y procurar a nuestros maridos, aunque desde hace muchos años eso ha ido cambiando. Se trata, culturalmente, de una crianza de siglos atrás.

 

Quitarse ese paradigma es más difícil de lo que parece. Ahora ya somos independientes, salimos a trabajar, criamos a nuestros hijos y hacemos prácticamente de todo, pero ese sentimiento sigue siendo una huella de lo que fueron nuestras antepasadas, tanto así que ahora dudamos de cada paso y de cada logro que tenemos en nuestras vidas.

 

En “El síndrome de la impostora” vienen algunas tipologías de este síndrome y mencionaré algunos; (esperando que no te sientas identificada con ninguno) la “perfeccionista”, que básicamente nace cuando no somos capaces de reconocernos que logramos algo por nuestra capacidad, sino que lo hemos logrado porque tuvimos que esforzarnos cinco o seis veces más para poder obtenerlo.

 

La “experta” habla de aquellas mujeres que necesitan dominar cada tema y sienten que deben tener conocimiento de todo, ya que nunca es suficiente con lo que ya saben. Necesitan dominar cada cosa al derecho y al revés. La “independiente” es la mujer que siente que al pedirle ayuda a otra persona está mostrando un signo de debilidad; ella se propone a hacer todas las tareas sin necesitar de nadie, lo que provoca una inseguridad brutal cuando no puede hacerlo todo.

 

La “superdotada” es la mujer que aparte de preocuparse por el éxito que puede obtener, se debe preocupar por la competitividad con ella misma y con los demás, siente que debe hacerlo bien a la primera oportunidad que se le presente o entonces, en su mente, todo será catastrófico. Ahora te pregunto a ti, lectora ¿Tienes alguno de estos tipos? Debo admitir que me identifiqué con más de uno.

 

Cuando terminé el libro me di cuenta de mis carencias (inevitablemente son muchas) y también me di cuenta de lo mal que está ese pensamiento y de la tremenda falta de confianza que tengo en mí misma. He luchado mucho por lo que hago, lo que tengo y por lo que soy y, a veces, no soy capaz de reconocérmelo a mí misma. Conscientemente sé cuánto he madurado y aprendido, pero ¿Se siente suficiente?

 

Por más que trato de quitarme esos pensamientos y busco la manera de ser objetiva, me sigo llenando la cabeza con inseguridades ¿Por qué el hombre con el que tuve esta charla se siente diferente a mí? Ambos hemos luchado y hemos crecido mucho y él no tuvo esta inseguridad en ningún momento. Reconozco que su crianza fue bajo la perspectiva de la seguridad, el poder y de todo lo que conlleva ser un hombre educado para convertirse, más adelante, en “el hombre de la casa”.

 

Justamente hoy me ha llegado el pensamiento de que tal vez lo que estoy haciendo no es suficiente y no sé si lo será en el futuro. No estoy segura de cómo se quitan esas inseguridades (si es que en algún momento se van), pero de lo que sí estoy segura es de que no me gustaría ver a las niñas de ahora convertirse en mujeres que sientan lo mismo. Hoy más que nunca se puede hacer el cambio.

 

Hoy podemos demostrarles a las más jóvenes que no deben sentir la necesidad de dar más y que pedir ayuda no es sinónimo de debilidad. Podemos hacerles ver que trabajando duro y teniendo confianza en nuestro trabajo (que, por cierto, puede ser increíble) se puede lograr todo. Lo vemos con la presidenta, la gobernadora, las primeras mujeres que participaron en los juegos olímpicos, la primera mujer escritora y la primera mujer que dio pecho por primera vez en un lugar público.



 

 

 

 

 

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